Las piedras hablan en la meseta ● Jorge Castañeda

Hace mucho frío en la meseta de Somuncurá. La nevada ha cubierto las huellas y cambiado todo el entorno. Es muy fácil perderse en esa gran extensión de frío y de soledad.

Allí arriba dicen los viejos pobladores que las piedras hablan. Así habrá de ser. Desde siempre ante el silencio parco de sus pobladores pareciera cumplirse el aserto evangélico que si ellos callan esas piedras hablarían. Así lo dice el topónimo: piedra que habla, porque eso quiere decir Somuncurá.

Los pocos animales que no diezmó la sequía y que no se llevó la creciente, quedarán ateridos bajo la nieve y cuando ya no puedan respirar seguramente también morirán empobreciendo más a los pequeños crianceros que se resisten a dejar su lugar. Por otra parte ¿Adónde ir?

Hace mucho frío. ¿Hablan las piedras en latitud azulada de la meseta?  ¿Cuentan una historia que pocos conocen y que casi nadie imagina?

¿Contarán tal vez que en otros tiempos lejanos y más felices la tierra era de todos y se vivía sin tantas necesidades y apremios como ahora? ¿Qué se subsistía con algunos yeguarizos, unas pocas ovejas y con la chivada dispersa y caminadora?

¿Dirán las piedras de la meseta que quienes habitan en su altura deben soportar penurias, postergaciones y olvidos? ¿Qué se acuerdan de ellos solamente cuando el clima los castiga?

Es difícil imaginar esa enorme región cuando la nevada dura varios días y la nieve alcanza alturas temerarias. Todo es igual: un inmenso manto blanco donde el monte se nivela y se repite de igual forma. Se pierden los alambrados, las huellas no se ven, el coirón se achaparra y queda tapado. Solamente los amontonamientos de piedra indican el rumbo y orientan al que perdido en esas inmensidades espera el refugio seguro del puesto.

Es fácil congelarse, sobre todo los pies. O caerse en la nieve. O herirse los ojos ante tanta soledad.

Las piedras hablan arriba de la meseta. Y saben mucho de resistir. De escuchar las letanías repetidas de los forasteros y de los timoratos. Ellas saben que el tiempo se detiene en esos parajes perdidos de la mano de Dios. Y las piedras, como los fiscaleros, los mensuales, los chiveros, los domadores de la potrada, saben esperar, porque paciencia les sobra. Porque la paciencia es un bien que debe almacenarse con los pocos vicios para la subsistencia.

Hace frío y perderse es fácil. ¿Y el estado de los caminos y de las huellas? Siempre igual: todos pedreros, cortes, cañadones. ¿Dónde está el teléfono que atienda las razones de los pobres de la meseta? En ningún lado, porque al decir de Hernández son campanas de palo sus razones.

Las piedras hablan arriba de la meseta. Pero ¿Quién las escucha? ¿Quién tiene oídos para atender tanta pobreza?

“Se ha perdido el rastro de mis caballos” decía el cacique Casimiro. Arriba de la meseta todo se pierde: los expedientes, las campañas, los programas. El viento frío del invierno se los lleva junto con la esperanza de sus pobladores.

Hace mucho frío porque el invierno es crudo. Muchos grados bajo cero y hasta se congelan los hilos de los alambrados aunque parezca increíble.

Al ver tanta desidia y tanta postergación ¿No volverá a enojarse el cerro Corona?

Hace frío en la meseta de Somuncurá, es hora de entrar al puesto y que el fuego tutelar nos devuelva la esperanza de un mañana mejor. Para que las piedras de Somuncurá nos cuenten una historia donde la esperanza se vista de renuevos.

 

Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta