Punto de inflexión ● Claudia Beltramino

Después de 7 gestiones de gobierno en manos de radicales, los errores y horrores solo tenían un culpable, el radicalismo. En ese camino, Carlos Soria supo interpretar el hartazgo y se transformó en una especie de Arturo que lograría sacar la espada de la dura piedra para convertir a Río Negro en una Camelot justa, buena, generosa y proba, por sobre todas las cosas, proba. Al fin, él se propuso como respuesta al clamor ciudadano. 

Con habilidad, pero, justo es reconocerlo, con la sensibilidad de quien puede empatizar con el otro, Soria elaboró una estrategia para la que los caballeros de una Petit Mesa Redonda, resultarían imprescindibles. La capacidad interpretativa de la inquietud social que exhibió Soria, no hubiera resultado más que un entretenimiento de sábado por la noche de no haber vertebrado la punta de lanza de sus caballeros: Carlos Peralta, Pedro Pesatti y el hijo Martín Soria.

La gente estaba cansada de la impunidad de muchos dirigentes de las distintas administraciones radicales. La evolución de sus patrimonios ofendía a cualquiera. La desidia, el desgano, las muestras de indolencia de varios exponentes de gran parte de las administraciones radicales encontraron un traductor.

Así las cosas, con el escenario apropiado, la obra redactada, el crítico contratado, la boletería lista, sólo faltaba dar con el actor adecuado, cuyo timbre de voz, prestancia e histrionismo hicieran posible el éxito de taquilla.

No solo el actor adecuado para el protagónico le dio brillo a la obra sino que la línea de coro no le fue en zaga y a fuerza de denuncias penales que a veces bastaba con que se anunciaran mediáticamente y en otros casos eran un simple papel con datos sueltos que a la Justicia no podría alcanzarle para adelantar en una investigación, pero que mayoritariamente ingresaban por la puerta grande de la Procuraduría, resultaron no ya un éxito de temporada, sino que se perfilaban como una obra que quedaría registrada en los libros de historia. En el cemento de las veredas de cada ciudad rionegrina estuvieron destinados a perpetuarse en la gloria las manos de Carlos Soria, Carlos Peralta, Pedro Pesatti y Martín Soria.

La obra se impuso y los radicales abandonaron el poder después de 28 años de gestión. Ahora el peronismo con toda su gloria, con su pasado, con voluntad de hacer por fin, de ser el poder y ejercerlo, se imponía en las urnas y prometía un nuevo gobierno, un nuevo estilo, una nueva escala axiológica.

Las cosas suceden a veces de manera de poder contribuir con los libretos cinematográficos y después de 20 días febriles, el gobernador Carlos Soria resulta muerto por un disparo efectuado por su propia esposa en el muy íntimo ámbito del dormitorio matrimonial.

El temor mayúsculo de que esto resultara leído como una flaqueza del hombre fuerte que había conquistado el voto de los rionegrinos seguramente pesó más que el compromiso constitucional. En cualquier caso, quizás la sumatoria de ambas cuestiones, llevaron a Alberto Weretilneck al ejercicio de la gobernación.

 

“¿Y que hiciste del amor que me juraste? ¿Y que has hecho de los besos que te di?”, seguramente se pregunta Martín Soria, el tercero de los Tres Mosqueteros que acompañaron a DÁrtagnan en su gesta para llegar al gobierno de la mano de las denuncias penales a los funcionarios del saizmo y al Superior Tribunal de Justicia al que describieron, en el momento más amable, como bochornoso.

“Cambia, todo cambia”, le contesta el ahora gobernador, que heredó del padre Carlos, el triunfo que tan esforzadamente consiguió.

Lo cierto es que de los Tres Mosqueteros, dos se adaptaron al cambio con la velocidad del rayo y desde sus encumbrados puestos le rinden homenajes sensibles a quien logró terminar con la hegemonía radical, y luego le hacen la venia a quien realmente deben hacérsela, es decir al gobernador  Alberto Weretilneck.

Encolumnados detrás de los dos ex mosqueteros, toda una pléyade de ex seguidores de Carlos Soria. Y aunque algunos zapatean con votos que parece dejarlos fuera de la fila, lo cierto es que, como el voto de Luis Mario Bertorelli para que se consustanciara el juicio político a Víctor Hugo Sodero Nievas, no pasan de muestras de una catarsis imprescindible, que les permite a quienes estuvieron más cerca de Carlos Soria, purgar la culpa de dejar de lado sus explícitos mandatos por otros más operativos como los del actual gobernador.

La insitucionalidad encontró un camino para resolver las consecuencias de la tragedia de la madrugada del 1º de enero de 2012. Aún así, es bastante claro que se trata de una solución constitucional a la que la ciudadanía debe acomodarse. Para quienes votaron a Carlos Soria es un desafío. Para quienes votaron a un candidato peronista a la espera de ver reflejado luego un gobierno peronista en el poder, es una incógnita. Para quienes caminaron las calles en busca de que los valores del justicialismo se tradujeran en la felicidad de miles y miles de trabajadores es una duda incómoda. Para quienes mensuran y evalúan con criterios más técnicos, es una inexplicable demora, aunque, el punto de inflexión que marca la decisión de pasar al olvido el enfrentamiento con el máximo símbolo del Superior Tribunal de Justicia, es indicativo de que hay un solo gobernador, que ya no necesita compartir poder con nadie.

 

Claudia Beltramino

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